20 de noviembre de 2014

Inseguridades de mujer

Hoy por la tarde, después de zamparme un señor bocata de nocilla, toda llena de satisfacción  me dirigo a un compañero de trabajo y le digo:
-Buaa..estoy llenísima, me acabo de zampar un bocata....
Con el típico gesto cuando uno  tiene el estómago digiriendo lo comido con las manos en la barriga me dice:
-Ya, la verdad es que has engordado unos kilos. Aunque todavía no estás gorda.
Ante tal episodio espontáneo de sinceridad, decido súbitamente hacer dieta. Me dije, haré una dieta milagrosa en la que perderé unos cuantos kilos y volveré a ser la de antes.
Estuve cinco horas con el mismo pensamiento. Cinco horas pensando en cómo sería mi dieta, en la que por cierto no entraba el deporte por la sencilla razón que  estoy cero motivada. Todavía no ha llegado mi momento de retomar el ejercicio físico y cuando uno siente que no, es no.
Al cabo de la quinta hora, he decidido que todo esto es una parida como un piano. Que he engordado es un hecho, pero a mí me gusta comer y en realidad, tampoco estoy tan mal. Así que mande la dieta donde Jesús perdió su chaqueta, su chancla o su túnica.
¿Por que todavía hay tanta presión social? ¿Por qué, por muy seguras que estemos las mujeres con nuestro cuerpo todavía nos sigue importando lo que piensen los demás? ¿Por qué dejo que me afecte? ¿Por qué no puedo llegar a disfrutar de mi curva de la felicidad? ¿Por qué esa enfermiza obsesión con estar delgado?
Así que a tomar por culo, dicho finamente hablando. Seguiré como hasta ahora. Y al que no le guste que no mire. A no ser que se tenga un verdadero problema de sobrepeso, las dietas deberían de estar prohibidas, empezando por la de la alcachofa.
Para poner buenas vibraciones al asunto, no hay nada mejor que reggae del bueno.





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